Aunque parezca una afirmación increíble, ni el fuego, ni la rueda, ni la llegada del hombre a la Luna son descubrimientos de trascendencia comparable al Metodo CRISP/cas9. Todos esos descubrimientos han sido fundamentales para la evolución de nuestra especie, pero CRISPR/cas9 va mucho más allá, pues supone que por primera vez el hombre puede editar y manipular el genoma de los seres vivos, incluyendo naturalmente el nuestro. Teóricamente podemos crear nuevas especies o alterarlas, de forma que podríamos hacer realidad las anticipaciones futuristas de la ciencia ficción y obtener humanos con capacidades extraordinarias. Es decir, tenemos hoy ya la capacidad de alterar nada menos que las leyes de la Evolución darwinianas.
Esta historia transcendente empezó en la Universidad de Alicante, de la mano del investigador Francisco Martinez Mojica, que fue el descubridor del Método y quien lo bautizó como: «Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats». Mojica descubrió que hay unas secuencias repetitivas presentes en el ADN de las bacterias, que funcionan como autovacunas. Copian y contienen el material genético de los virus que han atacado a las bacterias en el pasado, por eso permiten reconocer si se repite la infección y defenderse ante ella cortando el ADN de los invasores. Pero CRISPR va más allá, es capaz de utilizar una proteína (Cas9) de guía para dirigirse a zonas precisas del ADN. Entonces se pueden cortar trozos para pegarlos después y así inactivar un gen, o introducir moldes de ADN, lo que permite editarlo a voluntad.
Aunque Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna han sido las investigadoras que se han llevado el premio Nobel por el desarrollo de la técnica, creo que la sociedad española debería de respaldar firmemente la concesión del Nobel para nuestro compatriota.
Lo que parece increíble es que muy pocos, aparte de los expertos, hayan oído hablar de CRISPR, y tampoco ha habido hasta ahora grandes debates, ni siquiera entre los especialistas en bioética. Muy pocos saben que la vacuna del COVID 19 no es la convencional, aquella que se basaba en la inoculación de un virus debilitado, sino que es la primera vacuna experimental basada en CRISPR cas9, de forma que lo que se está haciendo es suministrar información genética precisa para que podamos reconocer y atacar al virus extraño. De hecho, la aparición del virus ha supuesto un impulso multimillonario en la investigación de ese método.
Soy arquitecto, pero me apasiona la investigación científica y hace veinte años escribí un libro llamado ‘El libro de Mo’ en el que anticipaba este emocionante momento. Pero ahora es la humanidad entera la que debe de ser informada y debe de ser ella la que decida su futuro en esta disyuntiva tan enorme. Porque CRISPR va a ser capaz en poco tiempo de alterar el genoma para curar casi todas las enfermedades, incluido probablemente el cáncer. Será un arma terapéutica definitiva que, actuando sobre la misma base genética, podría incluso alterar el envejecimiento. Pero también puede ser terrible si actúa sobre los embriones humanos alterándolos, no solo con fines terapéuticos, sino para mejorar sin control la especie. Un mundo de seres mejorados genéticamente que podrían considerarnos a los humanos naturales una sub especie. ¿Cómo podríamos competir con ellos? ¿Quién tendría acceso a esos medios? ¿Serían universales? ¿En cada laboratorio se crearían seres diferentes que competirían entre sí? Y sobre todo, lo más importante: ¿La reproducción natural, aleatoria y sujeta a las leyes naturales, quedaría herida de muerte?
¿Quién querría jugarse el futuro de su descendencia pudiendo seleccionar y modelar el embrión antes de su implantación en el útero materno… tal vez incluso artificial?
Como ven los lectores, estamos ante una gran disyuntiva que no pueden decidir los expertos en bioética y mucho menos los políticos; debemos de ser informados con claridad, y una vez conscientes de la potencialidad de CRISPR cas9 corresponde a la humanidad entera decidir su futuro. Parecen palabras grandilocuentes, pero corresponden a la importancia del momento.
Un grave problema añadido, del que no somos demasiado conscientes, es la progresiva y alarmante perdida de fertilidad de los varones y de los machos de muchas especies.
Se ha atribuido a varias causas, pero los expertos apuntan a una fundamental: la lenta y progresiva feminización transgénero debida a la abundancia de xenoestrogenos, hormonas femeninas, habituales en muchos derivados del petróleo (cosméticos, botellas de plástico, latas de conserva…). ¿Podría ocurrir que en el futuro la reproducción natural fuera cada vez más residual, e incluso se la considerara irresponsable?
¿Estamos al comienzo de la Utopía o de la Distopia que anunciaron Orwell, Huxley y tantos otros? Depende de nosotros, pero lo que hoy sabemos con certeza es que las bio-tech de Silicon Valley han comenzado una carrera desenfrenada por ser los primeros en este nuevo y definitivo desafío de la humanidad.
El futuro ha llegado y tenemos derecho a participar en el debate.
Fuente: Las Provincias