La organización Child Rescue Coalition ha creado una aplicación para rastrear los ordenadores que comparten pornografía infantil en todo el mundo. Millones de niños -víctimas potenciales- pasaron horas y horas frente a un móvil o un ordenador durante el confinamiento. El tráfico de material pedófilo creció un 500 por ciento.
La pandemia como oportunidad para abusar sexualmente de niños. En marzo de 2020, el confinamiento para frenar la COVID-19 se extiende por el mundo y en los foros pedófilos de la Internet oscura muchos se frotan las manos: «Es lo mejor que nos podía pasar». «Aprovechemos la oportunidad». Son frases detectadas en aquellos días por Europol. Millones de niños se disponen a pasar on-line más tiempo que nunca. Es, para los depredadores, la situación ideal. Acosar, engañar, seducir, abusar, violar, grabar y, por supuesto, compartir; estos son los verbos que conjugan con babeante lujuria.
Las alarmas no tardan en saltar. Y resuenan desde Estados Unidos, sede del Centro Nacional para Niños Desaparecidos y Explotados (NCMEC), el gran vigilante mundial del tráfico de material pedófilo en la Red. Sus informes diarios sobre actividad susceptible de revelar explotación sexual de menores -a partir, entre otras fuentes, de datos facilitados por las plataformas tecnológicas- son el gran termómetro planetario en la materia. Si en ellos aparece una referencia a España, esta es enviada de inmediato a nuestro país para ser investigada. No más de 100 diarias antes del estado de alarma. Cifra que salta de golpe a las 500 por día; cerca de 650 tras endurecerse la reclusión ante la Semana Santa. Un aumento del 507 por ciento, reporta entonces la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil.
Se trata de un ‘ataque’ global. Y despiadado. Abril de 2020 se convierte así en el mes más trágico en la historia de la pornografía infantil: cuatro millones de reportes NCMEC. ¡Tres millones más que en ese mes de 2019! «Nunca habíamos visto nada igual -revela un año después Celia Carreira, inspectora jefe de la Sección de Protección al Menor de la Policía Nacional, que en 2020 identificó a más víctimas y agresores que nunca-. Con el confinamiento la ventana de oportunidad de los pedófilos se abrió de par en par».
Pasado el encierro, sin embargo, el tráfico regresó a niveles prepandémicos o, por usar un término tan extendido como vacío, a la ‘normalidad’. El panorama, sin embargo, ha cambiado. El coronavirus lega en este campo una doble herencia. Por un lado, una sociedad cada vez más digitalizada: en el trabajo, en la educación, en el ocio… Y al aumentar la digitalización, con todas sus ventajas, por supuesto, se incrementa también la exposición. Sobre todo la de los niños. Por otro lado, y esta es la gran pregunta: ¿Cuántas fotografías y vídeos de pornografía infantil fueron creados y subidos a Internet durante aquellos meses? No se sabe aún, pero solo cabe esperar cifras de vértigo.
Ya lo eran, de hecho, antes de todo esto. Los números del abuso sexual infantil por Internet llevan años creciendo de forma exponencial. Y sin remedio. Basta mirar el histórico de reportes anuales del NCMEC desde 1998: 3000 avisos ese año; 16 millones en 2019, dos décadas después. Guarismo que entre enero y septiembre de 2020 alcanzó los 21 millones, empujado por el brutal pico de abril.
El NCMEC, se puede alegar, reporta casos sospechosos que después hay que investigar y comprobar, pero ante semejante avalancha es difícil no pensar en lo peor. Sobre todo si entramos en detalle. Entre todos esos informes, por ejemplo, los casos sospechosos de incitación on-line a niños para generar material pornográfico se incrementaron en un 63,31 por ciento. Y los de contacto con menores por prácticas como sexting, sextortion o grooming, en un 98,66 por ciento.
Traducir esos porcentajes en número de archivos es, hoy por hoy, imposible. Tenemos, eso sí, una cifra previa al coronavirus: 45 millones. Las fotos y vídeos de abuso sexual infantil -entre material recirculado y de nueva generación- que las compañías tecnológicas identificaron en sus plataformas en 2019, según una investigación del New York Times.
La guerra se perdió hace tiempo
Sentado en una sala de reuniones en la sede de la UCO, el jefe de su Departamento de Delitos Telemáticos, teniente coronel Juan Antonio Rodríguez Álvarez de Sotomayor, evita dejarse aturdir por las cifras. A su entender, solo queda seguir trabajando con los recursos disponibles. Insuficientes a todas luces. Incluso para entes policiales como Europol, Interpol, el FBI o Scotland Yard, grandes arietes contra esta lacra global.
«El fenómeno es tan grave y está tan extendido que la cruda realidad es que estamos desbordados desde hace tiempo», admite Álvarez de Sotomayor. A su lado, el teniente José Luis Caramé, su hombre al frente de la caza de pedófilos en la Red, explica que pararle los pies a uno de estos depredadores lleva tiempo. Años en la mayoría de los casos.
Los investigadores hablan de ‘series’: material producido con un mismo niño como protagonista que se distribuye por entregas y en tiempo real. Como tal, implica el abuso en curso de un menor (bebés incluidos) y en algún lugar desconocido. Son los archivos más codiciados. Por las retorcidas filias y fetichismos de autores y consumidores, por supuesto, pero también por ser llave de entrada en las comunidades más cerradas. En la escala de gravedad que manejan las autoridades, este sería el grado máximo: imágenes que pueden incluir penetraciones, masturbaciones, sexo oral, torturas…
«Este tipo de casos son nuestra prioridad -señala Álvarez de Sotomayor-. Cuando descubrimos archivos de niños en semejante situación, nos centramos en poner fin a su sufrimiento». De momento, asegura, no tienen constancia de casos así derivados del confinamiento. Tampoco de grooming, sexting, sextortion y demás tipos delictivos asociados a la explotación sexual infantil. «Eso es algo que no podremos ver hasta mucho más adelante -señala-. Quizá incluso un par de años. Por eso, ahora, nos centramos en los casos que tenemos abiertos, que ya es bastante».
El teniente Caramé ilustra la dimensión del problema con el ejemplo de las redes peer to peer (P2P), donde se distribuyen archivos sin mediar servidor alguno. «Sabemos que, ahora mismo, hay unas 7000 personas compartiendo material pedófilo en España -explica-. Al menos a 5000 habría que detenerlos, pero no tenemos capacidad. Priorizamos la búsqueda de grandes distribuidores y sobre todo de productores».
El problema es que detectar este material nuevo -de posibles víctimas durante el confinamiento, por ejemplo- lleva tiempo. En sus 15 años como cazapedófilos, la inspectora jefe Celia Carreira ha asistido a su evolución. «Antes, nadie tomaba precauciones -rememora-. Ahora, casi todo está encriptado, usan máquinas virtuales, navegan de forma anónima, pagan en criptomonedas; se han sofisticado. Por eso, las investigaciones son cada vez más complejas».
Un punto de partida, junto con los reportes del NCMEC, puede ser el ingreso de un archivo de primera generación en la International Child Sexual Exploitation (ICSE), la base de datos de Interpol a la que se incorporan archivos inéditos detectados por policías de todo el mundo. Gracias a ella, cada país tiene acceso al material para discernir si determinada situación de abuso tiene lugar en su ámbito de actuación. «Un enchufe, un teclado con eñe, un sonido, el mobiliario; cualquier detalle puede permitirnos identificar el entorno y a la víctima o al autor», añade Carreira.
CADA PUNTO ES EL ORDENADOR DE UN PEDÓFILO
La organización Child Rescue Coalition, con sede en Florida, ha creado una tecnología de rastreo –plasmada en mapas como este– para identificar ordenadores que comparten y descargan imágenes y vídeos de niños sexualmente explícitos. Según esta organización, más de 750.000 pedófilos se mantienen on-line de forma casi constante en el mundo e intercambian material, retransmiten abusos en directo, extorsionan a niños para producir pornografía infantil o están en proceso de hacerlo. La Policía de 96 países usa esta herramienta, que ha contribuido al arresto de más de 12.000 pedófilos y al rescate de 2500 niños.
Creada en 2001, la ICSE guarda 2,7 millones de imágenes y vídeos de casos aún por resolver y su existencia ha permitido el rescate de 23.500 víctimas en todo el mundo. Apenas se trata, sin embargo, de la punta del iceberg, como subraya el teniente Caramé. «Todo el cibercrimen tiene cifras negras muy altas, pero ninguno supera las de la pornografía infantil porque el 99 por ciento de los casos no se denuncia -apunta el jefe de la Sección de Personas de la UCO-. La mayoría de los niños, y por lo tanto sus padres, no son conscientes de ser víctimas de un delito. Hasta que no detenemos al sujeto y vemos que tiene material de 200 o 300 menores, no conocemos el verdadero alcance de sus actividades».
Caramé señala en este sentido a un pedófilo que obtuvo más de 300 vídeos de niños y niñas a través de un videochat que, al estilo de Chatroulette, conectaba a los usuarios aleatoriamente con extraños. «Utilizaba un juego, a modo de retos sucesivos, que empezaba de modo aparentemente inocente: ‘Di hola‘, ‘manda un beso a la cámara’, ‘guiña un ojo’; para pasar después a mayores: ‘Quítate la camiseta’, ‘métete un objeto’, ‘haz esto, lo otro…’; y por cada reto que superaban las niñas, de 9 a 11 años, ganaban puntos; entraban al trapo sin apreciar que se trataba de algo sexual. Durante años, el tipo consiguió material de chicas que ahora están por Internet». Y que difícilmente se podrán borrar.
El peligro de hablar con desconocidos
Es otro de los graves problemas derivados del tráfico pedófilo en la Red, poblada de imágenes de niños abusados que hoy son adultos. Una situación que, según The New York Times, se ha alcanzado por la negligencia de Silicon Valley. Muchas plataformas, denuncia este medio, cuentan con herramientas para detener este trasiego de archivos, pero no las usan de forma adecuada. Y, si lo hacen, no cooperan lo suficiente con las autoridades. Tecnológicas como Facebook -su Messenger es todo un coladero- y Google han intensificado la vigilancia, pero muchas otras aún se quedan cortas.
«Amazon, cuyos servicios de almacenamiento en la nube manejan millones de cargas y descargas por segundo, ni siquiera busca las imágenes -revela el diario-. Apple, según las autoridades federales, no escanea su almacenamiento on-line y cifra su aplicación de mensajería, lo que hace que la detección sea casi imposible. Los productos para usuarios de Dropbox, Google y Microsoft buscan imágenes ilegales, pero solo cuando se comparten, no cuando se cargan. Y empresas como Snapchat y Yahoo buscan fotos, pero no vídeos».
Las imágenes persiguen así a las víctimas durante años porque éstas reaparecen de forma recurrente en la Red o entre el material requisado a otros pedófilos, lo cual obliga a los damnificados a revivir la pesadilla que vivieron siendo niños, llegando, muchos de ellos, al suicidio.
El problema en España, agravado durante la pandemia, es la escasa cultura en ciberseguridad. «Toda la vida les hemos dicho a los niños que no hablen con desconocidos -señala Caramé-, pero que lo hagan en Internet no parece ser un problema. Los padres deben ser conscientes de que en la Red no todo el mundo es quien dice ser. Y transmitírselo a sus hijos».
Fuente: Abc
Visitar mapa alternativo: Pedomaps